El frío se cierne sobre nuestros cuerpos, y el invierno toma el control de la ciudad. Caminamos como fantasmas encogidos por las calles, serios, concentrados en que cada gramo de grasa corporal sirva como forro de nuestro abrigo y nos proteja del inclemente tiempo.
Invierno, dejas de ser una estación para convertirte en un estado de ánimo. El cielo se vuelve gris, el vestuario se vuelve gris, nosotros nos volvemos grises. Atrapados.
Atrapada.
Y sin embargo, huyo a menudo a nuestro paraíso de cuerpos templados y de historias sin final. De encuentros imposibles e inevitables. De sentimientos encontrados. De odioso amor y de odio amable. De mutua adicción. De contradicciones.
Atrapada, sí... pero no sé donde.
martes, 14 de septiembre de 2010
A veces se me olvida. Recojo mi habitación mientras intento recordar cómo era cuando estabas en ella, y no podía hacer nada útil porque pasábamos el rato entre besos y abrazos. Rememoro eso y me doy cuenta de que se me olvida. Se me olvidan los detalles. Olor, sabor, tacto. Se me olvida también cuánto hace que no compartimos esos detalles, ya que el tiempo dobla su proporción y las semanas parecen meses. Y cuando todo se vuelve insostenible y te echo de menos hasta límites insoportables esos recuerdos escondidos se me vienen encima, como un combustible de reserva. Casi siempre eres una persona en dos dimensiones, novia de foto, una voz al otro lado del teléfono, una expectativa. A veces incluso me parece que todo esto es ficticio, que te he soñado, que esta no es mi vida, y cuando me doy cuenta de que sí lo es soy feliz pese a todo, porque de ninguna forma podría haber imaginado que te encontraría, porque eres tú. Sé que eres tú, aunque a veces, solo a veces, se me olvide como besas.
No desprecies al eco como compañero de piso, de vez en cuando puede traerte sonidos que deseas oír, espejismos narcóticos. Todas esas voces, que crees oír pero no están, y que no te dejan concentrarte en ninguna actividad concreta. Un solitario que deseas que no salga -no estando sola-, comida para dos, una polilla que coloniza la lámpara. Todo lo que me rodea te echa de menos. Así como cada una de mis células.
Sigo un camino sin baldosas amarillas ni migas de pan.
Agosto, guía de viaje. Viajes a través de los cinco sentidos, a través de ti. El mundo no es lo que parece, y los lugares son solo lugares. El mejor viaje sucedió de una habitación a otra, a lo largo de los días. Atrapada en esta burbuja hoy me abandono, me arrastran ensoñaciones y una lista de reproducción en modo aleatorio, tu presencia implícita en ambos medios de escape.
Muchas noches me dedico a pensar cómo esta cama de noventa que ahora ocupo yo sola albergó sin dificultad a dos personas. Conclusión: uno más uno no es igual a dos. No en este caso. Y desde que me di cuenta de ello me sobra espacio entre las sábanas, un hueco en el que cuelga un cartel de Reservado. You give me fever, when you kiss me, fever when you hold me tight. Fever...
No se ofrecen muchas ocasiones en las que estar segura de algo. Yo tuve suerte. Conté uno, dos, tres... así hasta trescientos sesenta y cinco. Y quizá a los cien ya estuve segura. El tiempo es enemigo y aliado a la vez, tú has dejado de medirlo en ceniceros llenos y yo en botellines vacíos y las que más cuentan son las horas compartidas. No era el tiempo como tal lo que le agobiaba, sino su paso. Agobio, quizá una palabra demasiado grande, ya que en realidad apenas había nada en el mundo que la agobiase. Vivía con una parsimonia digna de admirar, pero aún así los días se le pasaban como suspiros.
tal vez por eso le costara tanto situar cronológicamente cualquier acontecimiento, incluso los relativos a su propia vida. No soportaba el tic-tac de los relojes, decía que era por el ruido, pero siempre sospeché que lo que le molestaba realmente era el constante recordatorio del transcurso del tiempo. Tic, ya ha pasado un segundo; tac, y otro más. Tic...
Se rebelaba a cumplir años pese a su juventud, y trasnochaba continuamente intentando ganarle horas al día, aunque al final siempre terminaba abdicando y yéndose a dormir, perdiendo con ello parte de la mañana. Las fechas eran sentencias, porque no hacían mas que acentuar el paso del tan odiado tiempo, hasta que poco a poco esas sentencias se convirtieron en regalos.
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/INSTALAR AHORA/ /RECORDÁRMELO MAS TARDE/ /NO VOLVER A PREGUNTAR/
Muchas veces me parece que esa es una de las pocas decisiones que puedo tomar sobre mi vida. El resto, las cosas importantes, suceden porque sí. Las personas imprescindibles, simplemente aparecen. Y el control que tengo sobre esas situaciones, es nulo. La vida no es, por tanto, una partida de ajedrez, donde solo importan nuestras elecciones, sino más bien una de parchís, mucho más colorida e inesperada, dependiente en gran medida del azar. Podemos mirar doscientas veces el tablero y no ver la jugada evidente que nos hará contar veinte, pero esque todo, absolutamente todo en la vida, depende de la perspectiva.
- Lo tenía todo tan claro... ¿y ahora qué? ¿Porqué de pronto no sé nada otra vez? - Se lo preguntas a alguien que duda cada día de estar haciendo lo correcto o no, pero al final todo depende de cómo lo mires. ¿Vas a estar mejor si acabas con todo? - No. - Entonces no hay ninguna decisión que tomar.
En cuanto paso Despeñaperros las nubes son más oscuras y las palabras más largas, los olivos se convierten en guardias civiles, y lo que allí fumaba para reír ahora lo fumo para no pensar.
La Naturaleza nos había regalado la perfecta compenetración de nuestros cuerpos, pese a la ausencia de esa complementariedad biológica de la que gozan las relaciones hombre-mujer. Tu espalda formada a propósito para que yo descanse en ella mi mejilla, jugando con la química de nuestras pieles que se reclamaban mutuamente con la poética de las reacciones intermoleculares. Además tu cintura tiene el diámetro exacto para que mis brazos la rodeen, abrigando mis manos al calor de una posición estratégica dentro del tablero de ajedrez que es tu cuerpo, donde mantenemos perennes pulsos, cada una mueve pieza en jugadas cuya continuación creemos conocer pero que en asaltos de apasionada genialidad nos termina sorprendiendo, llegando a un nivel de incertidumbre en el que lo único conocido es el final.
Tu cuello delimitando una curva perfecta sobre la almohada, donde mi brazo encaja cómodamente, y las piernas entrelazadas como ramas tras una tormenta, nos configuran en la oscuridad como dos siluetas macladas y estáticas, con esa quietud de quienes no necesitan decirse nada, porque son conscientes de sus recíprocas e intensas miradas, pese a no verse los ojos en la ausencia de luz.
Y solo el deseo de delinear tu contorno con mis besos, de que me retires el pelo con esa suavidad casi ingrávida, de que me roces tan delicadamente que se densifique el aire, de sentir tu peso sobre mi y tu respiración susurrada en mi oído.
Despierto de la ensoñación que me ha trasladado al mundo de lo sensitivo y me descubro ahuecando un cojín en un desolador intento por ocupar el espacio que te corresponde a ti, un vacío de antimateria ridículamente solucionado mediante el abrazo a una almohada con pretensiones humanoides. Ojala los días aceleren su paso hasta que recupere tu calidez entre las sábanas, y pueda abandonar el recurrente pensamiento de que te echo de menos.
A menudo la vida nos alecciona con el azote de la ironía, y aquello de lo que renegamos a veces se convierte en el pan nuestro de cada día, y las palabras “de esta agua no beberé” quedan vetadas para siempre. Quizá sea una lección que debería haber aprendido cada una de las veces que desperté pasado el mediodía con la cabeza cargada pensando “se acabó salir por una temporada”, y terminé doce horas después bailando enloquecida cualquier tema de estribillo pegadizo, el deja vu de toda mi vida. Pero si hay algo q nos caracteriza es eso de tropezar más de una vez en la misma piedra; tropezar, caer, rodar, levantarnos y volver a tropezar. Y tan contentos.
Mirando fijamente a un punto en la pared. Son demasiadas las veces que me he sorprendido a mi misma en esa situación. Me pregunto qué será lo que provoca que me pierda de esa manera, como si hubiese pequeños universos por descubrir en cada mancha del gotelé, universos que percibo levemente durante extrañas ráfagas de catatonia que me invaden sin avisar. Aunque la teoría que más me convence es la que dice que los universos no están en las paredes, sino dentro de mi, y que ante la imposibilidad en algunas ocasiones de dejar mi mente en blanco necesito concentrarme sobre algo vacío, que me ayude a expresar todo lo que sucede en mi interior. Pues bien, he aquí el resultado de esa expresión y de haber estado durante horas mirando fijamente a un punto en la pared.