No se ofrecen muchas ocasiones en las que estar segura de algo. Yo tuve suerte. Conté uno, dos, tres... así hasta trescientos sesenta y cinco. Y quizá a los cien ya estuve segura. El tiempo es enemigo y aliado a la vez, tú has dejado de medirlo en ceniceros llenos y yo en botellines vacíos y las que más cuentan son las horas compartidas.
No era el tiempo como tal lo que le agobiaba, sino su paso. Agobio, quizá una palabra demasiado grande, ya que en realidad apenas había nada en el mundo que la agobiase. Vivía con una parsimonia digna de admirar, pero aún así los días se le pasaban como suspiros.
tal vez por eso le costara tanto situar cronológicamente cualquier acontecimiento, incluso los relativos a su propia vida. No soportaba el tic-tac de los relojes, decía que era por el ruido, pero siempre sospeché que lo que le molestaba realmente era el constante recordatorio del transcurso del tiempo. Tic, ya ha pasado un segundo; tac, y otro más. Tic...
Se rebelaba a cumplir años pese a su juventud, y trasnochaba continuamente intentando ganarle horas al día, aunque al final siempre terminaba abdicando y yéndose a dormir, perdiendo con ello parte de la mañana. Las fechas eran sentencias, porque no hacían mas que acentuar el paso del tan odiado tiempo, hasta que poco a poco esas sentencias se convirtieron en regalos.
No importan los días que pasen las horas...
Seguiré sumando hasta perder la cuenta.
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