El miedo apaga miradas y arranca sueños, frena los grandes impulsos, y nos hace débiles ante nosotros mismos y ante el mundo en general. Todos somos hijos del mismo miedo.
Siempre llenos de temores. Si bien el miedo es un ingrediente más de este mejunje al que llamamos vida deberíamos acostumbrarnos a él y restarle importancia, pero no lo hacemos. Por cada logro alcanzado conseguimos también una porción de sombrío miedo, nos dejamos llevar por ese canto de sirena que nos atrae a las profundidades, nos sentimos intimidados ante ese feroz guerrero casi imbatible.
No es el amor no correspondido lo que nos arrastra a la cuneta, es el temor a sufrir el que lo hace, nos retiene en una cárcel de juicios contradictorios, de valoraciones sin sentido. Miedo a sentir, y cuando se siente, miedo a dejar de hacerlo. Miedo a actuar, a equivocarnos. El miedo alimenta nuestras inseguridades, y viceversa. Es un círculo vicioso del que solo algunos escapan, solo los más fuertes, los que asumen que es más sano errar que no hacer nada, los que no aceptan la parálisis como plan definitivo, aquellos que no permiten a Fobo ser un parásito de la moral.
lunes, 29 de septiembre de 2008
MIEDO
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