Intenté escapar, pero aún así, sumida en esa absorbente burbuja del pueblo ajeno, intentando olvidarte, no pude. Un par de estrofas y aquella canción te habían traído hasta mí; solo un par de estrofas, pero con demasiado significado como para dejarme borrar tu huella de mi piel y mi alma. Huí, lo reconozco, y muchos kilómetros más allá aprendí que no hay montaña que oculte tu sombra sobre la mía, ni carretera suficientemente larga como para separarme de tu recuerdo. Yo lo intenté, pero fueron esas precisas notas musicales las que me devolvieron a mi mundo, las que primero inundaron mis oídos con la sensación de escuchar algo que ya conocía, para terminar engulléndome en un abismo de realidad. La música. Ella es la culpable de esta persecución interminable, de este constante sentimiento de cautividad, asocio cada uno de tus movimientos, por leve que sea, con una melodía, cada momento en común tiene su estribillo, cada canción es una parte de lo que recuerdo de ti; en resumen, tú eres la Música, o al menos mi Música, mi banda sonora, como si no te conformases con ser mi alegría y mi desgracia, mi secreto, mi desastre, mi mundo. ¡Qué ilusa fui al creer que podía escabullirme de tu letal atracción!¿Ilusa o inocente? Ya no lo sé. Lo único de lo que soy consciente es de mi, situada frente a aquellas montañas, con el aire soplando en mi contra, y mi mente abstraída, sumisa a aquella canción que me recordaba que te quería, que estabas lejos, y que mi fuga no había servido de nada, porque sigo yendo donde tú estás, porque mi cuerpo está atado a la tierra, pero mi alma está ligada a ti.
lunes, 5 de mayo de 2008
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