Un día despiertas dándote cuenta de que te has convertido en la clase de persona que sube caminando las escaleras mecánicas del metro, dejando a un lado a la inmensa hilera de gente que soporta el ascenso inerte, contando los azulejos de la pared, y te preguntas insistentemente quién eras antes, porqué durante 20 años has sido diferente, o porqué eres diferente ahora, y que te ha hecho cambiar tan drásticamente cuando lo cierto es que el cambio, aunque brusco en una primera impresión, ha sido en realidad un lento paseo por tu subconsciente, un profundo viaje en el que has intentado conocer lo más oculto de ti mismo.
Te analizas una y otra vez, intentando encontrar un porqué, o al menos un cómo. Y de una forma traumáticamente sencilla, todas las respuestas se resumen en una persona. La miras, y la ves transparente en un sentido metafísico. Adiós a Darwin, a la teoría de la evolución, y a todas las teorías que asumen el hecho de que la reproducción es a lo que el ser humano está avocado, porque es mentira. No estamos en el mundo para procrear, sino para amar. Que no se puede elegir a quién se ama es un tópico cierto, shakespiriano o hollywoodiense, o ambos a la vez, pero totalmente cierto. El amor es el final de esta historia, el amor con mayúsculas, cómo decía Tolouse Lautrec en Moulin Rouge, “todo lo que necesitas es amor”, “all you need is love” reiteraba el protagonista emulando a los Beatles. El alma es al cuerpo lo que el amor es al mundo, es una regla de tres sencilla, pero que olvidamos a menudo. Nos dejamos guiar por elementos mucho más banales y primarios, dejamos pasar oportunidades, nos vendamos los ojos constantemente. Pero sin más, un día te encuentras con alguien que irradia esa energía y enciende tu radar, y no importa quién sea, porque hace que subas caminando las escaleras del metro, te da un objetivo, algo distinto a contar los azulejos de la pared mientras ves como otros suben caminando a tu lado. Despiertas, no solo a un nuevo día, sino a la vida de verdad.
No siempre esta historia tiene un final feliz, en muchas ocasiones esa energía que acciona tu mecanismo no iba dirigida a ti, y después de subir todas las escaleras del metro caes a las vías de nuevo, sin aliento para levantarte y recuperarte del rechazo. Destrozas los discos de los Beatles, odias a todo el mundo para compensar el querer tanto a una sola persona, y te sumerges en la autocompasión obsesiva, o en algún otro mundo solo explorado por la perversa mente de Freud.
Cuando la tormenta pasa, solo recuerdas haber amado, y no te importa quién eras antes, quién eres ahora, ni tampoco importan el porqué o el cómo. Solo hay una cosa evidente, all you need is love.
2 comentarios:
Eres un genio y yo una que no sale de entre las vías del metro, y eso que en Valladomingo no hay ni playa, ni metro. Un beso Sara.
En ocasiones, pasa la tormenta y has de admitir seguir amando, es tan dificil dejarlo! El amor es droga, y un arma de doble filo, por eso no esta de mas recelar de vez en cuando
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