Qué triste es cuando llega la hora de ir a dormir, y tenemos que decir hasta mañana, con todo el sueño, la obligación y el pesar.
Pasarán unas horas en las cuales navegaremos por el éter de los sueños, donde nos veremos o no, y despertaremos con la prisa de hablarnos, de notificar nuestra renovada existencia.
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Te despiertas de madrugada y vas a la cocina a por algo de agua. No estás sola en casa, pero así lo sientes, caminando por habitaciones vacías. Todos los sonidos retumban en el silencio, contundentes. Tus pasos, la puerta del frigorífico, el vaso sobre la mesa, el agua vertiéndose. Todos esos sonidos son el eco de una aparente soledad. Los demás duermen, y para ellos el único eco es el del ruido de los sueños chocando contra la almohada. Podría ser una bonita metáfora del ahora. El ahora en el que intento mantener la mente fría, y vacía, pero algún pensamiento rebelde se escapa y resuena en mi interior creando un eco que dice tu nombre.
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Soñar, todo el mundo quiere soñar. Y yo ya solo quiero dormir tranquila.
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