Una mañana más, el graznido del despertador. Su maquinaria entra en funcionamiento cuando para mi es inimaginable moverme de donde estoy. La franela me atrapa, me resisto a desalojar el hueco que mi cuerpo ha hecho suyo entre las sábanas. Desearía vivir aquí, al calor de los sueños, lejos del mundo de los sentidos. Golpeo el aparato que sigue chillándome que me despierte en su idioma Made in China. Entreabro los ojos, en la oscuridad solo los pequeños destellos en la pared revelan la vida exterior. Y suspiro resignada, sintomáticamente aburrida, enferma de la vida.
¿No es grotescamente divertido que los huracanes tengan nombre propio? Todos tenemos huracanes en nuestro existir, son aquellos que llegan para revolver todo lo que nos ha costado una vida ordenar. Cómo no, yo tuve el mío propio, destruyó los muros de mi realidad y perdí el Norte, el horizonte, y cualquier otro punto de referencia. Fui quien no debía y permití que tal fenómeno climático me arroyase con toda su fuerza, siempre interponiéndome en su trayectoria.
Silencio absoluto en mi habitación, salvo por el caminar del reloj, mi única distracción, y ritmo de mi respiración.
Y yo con tu arena en mis ojos, en mi vida al revés, con el viento mojándome y una lluvia que hiela. Y alzo la mirada, y me da el sol, y te da a ti, y…
Saboreo los últimos minutos en silencio, mientras el universal olor a desayuno me alcanza, el mundo de los sentidos me reclama un exilio de mi letargo, todo parece un tremendo complot para hacerme salir de mi realidad perfecta, aquella en la que tengo los ojos cerrados y la mente activa, y camino por la fantasía del subconsciente, y no hay huracanes, solo brisas ligeras junto al mar.
Llegó el invierno, y volaste a tierras más cálidas, pero más áridas quizá. Y yo te dejé partir, pues yo también volaba, pero en opuesta dirección. Puse tus monosílabos a buen recaudo, y fui valiente, pues la clave para encontrar es abandonar la búsqueda, dejarse llevar por la sinuosa corriente de la vida, y me dejé arrastrar…
…y conjugué cuerpo y mente, y recordé. Recordé que hacía mucho del fin de aquella tormenta, que hacía mucho que me había alejado de aquel sentimiento cerámico causante de mis males. Desperté de la resaca de sueños que me habían transportado brevemente al pasado, y miré a mi lado. Allí estaba mi presente, rodeándome delicadamente con el brazo, inaugurando mi despertar con una sonrisa. Buenos días…
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