jueves, 7 de mayo de 2009

DESPEDIDA

Noche cerrada enmarcada por la ventana de aluminio, como si de un cuadro de Malevich se tratase. Cientos de papeles sobre el escritorio, y una botella de cerveza alemana vacía a modo de pisapapeles, elemento que no elimina el caos existente, sino que lo corona; y un boli Bic que en mi imaginación postcervecera es una pluma cervantina, con la que pretendo dibujar caligráficamente los mil pensamientos y reflexiones que se me antojen profundos, mil elevado a cero en este caso, pues es una imagen la que domina sobre las demás, igual que la botella vacía domina el escritorio.

Nos habíamos conocido muchos besos atrás, y desde la chispa del primer saludo supimos adónde nos llevaría el asfalto, allá donde el horizonte se confunde con la tierra. Primero jugamos a pelearnos, como infantes enamorados, y luego compartimos todas aquellas premoniciones que nos habían puesto sobre aviso de lo que sucedería aquella noche. Fue el comienzo de algo grande, y a la vez un pequeño final, pues a partir de aquel momento no paramos de encontrarnos y despedirnos, de compartir horas y anhelarlas.

Desde entonces la ciudad resulta más sombría una vez te marchas, y la gente que pasea por el parque recurre de nuevo a abrigos y bufandas cuando paseo sin ti. Podría decir que eres mi Norte, pero en esta brújula que hemos fabricado a base de distancia resulta más acertado decir que personificas al Este, anunciando la salida del sol cada vez que sostienes mi mano.

¿Quién inventó el término “despedida”? Porque fue realmente comedido al hacerlo, esa palabra tan corriente no expresa todo el contenido de la acción, ni le hace justicia. Basta con ir a cualquier estación para darse cuenta de ello. En una de esas estaciones podríamos estar tú y yo, despidiéndonos una vez más, cualquier mañana plomiza ideal para decir un adiós que signifique hasta pronto, y que ilumine tu carita de despedida en la medida justa para que la melancolía defina tu aspecto. Y una frase del estilo de “ojalá estuvieses siempre aquí” terminará de nublar el cielo y mis ojos, que tendrán que desviarse de la trayectoria de los tuyos para no hacerlo más difícil.

Despedida, que pobre palabra para algo tan intenso, un momento que hace que todos los colores sean fríos, que al mundo le nazcan aristas, y que esta noche yo tenga una botella vacía sobre la mesa.

Libero la mente de recuerdos en color sepia y miro el cuadro de Malevich. ¡Ah no! En esta noche de despedida y carente de poesía, solo miro por la ventana.  

DESPERTAR

Una mañana más, el graznido del despertador. Su maquinaria entra en funcionamiento cuando para mi es inimaginable moverme de donde estoy. La franela me atrapa, me resisto a desalojar el hueco que mi cuerpo ha hecho suyo entre las sábanas. Desearía vivir aquí, al calor de los sueños, lejos del mundo de los sentidos. Golpeo el aparato que sigue chillándome que me despierte en su idioma Made in China. Entreabro los ojos, en la oscuridad solo los pequeños destellos en la pared revelan la vida exterior. Y suspiro resignada, sintomáticamente aburrida, enferma de la vida.

 

¿No es grotescamente divertido que los huracanes tengan nombre propio? Todos tenemos huracanes en nuestro existir, son aquellos que llegan para revolver todo lo que nos ha costado una vida ordenar. Cómo no, yo tuve el mío propio, destruyó los muros de mi realidad y perdí el Norte, el horizonte, y cualquier otro punto de referencia. Fui quien no debía y permití que tal fenómeno climático me arroyase con toda su fuerza, siempre interponiéndome en  su trayectoria.

 

Silencio absoluto en mi habitación, salvo por el caminar del reloj, mi única distracción, y ritmo de mi respiración.

 

Y yo con tu arena en mis ojos, en mi vida al revés, con el viento mojándome y una lluvia que hiela. Y alzo la mirada, y me da el sol, y te da a ti, y… 

 

Saboreo los últimos minutos en silencio, mientras el universal olor a desayuno me alcanza, el mundo de los sentidos me reclama un exilio de mi letargo, todo parece un tremendo complot para hacerme salir de mi realidad perfecta, aquella en la que tengo los ojos cerrados y la mente activa, y camino por la fantasía del subconsciente, y no hay huracanes, solo brisas ligeras junto al mar.

 

Llegó el invierno, y volaste a tierras más cálidas, pero más áridas quizá. Y yo te dejé partir, pues yo también volaba, pero en opuesta dirección. Puse tus monosílabos a buen recaudo, y fui valiente, pues la clave para encontrar es abandonar la búsqueda, dejarse llevar por la sinuosa corriente de la vida, y me dejé arrastrar…

 

…y conjugué cuerpo y mente, y recordé. Recordé que hacía mucho del fin de aquella tormenta, que hacía mucho que me había alejado de aquel sentimiento cerámico causante de mis males. Desperté de la resaca de sueños que me habían transportado brevemente al pasado, y miré a mi lado. Allí estaba mi presente, rodeándome delicadamente con el brazo, inaugurando mi despertar con una sonrisa. Buenos días…