jueves, 15 de noviembre de 2012

Como un hámster en su rueda, a ninguna parte. Es esa apócrifa satisfacción de creerte en camino, para descubrir que sigues en la misma jaula, y que lo único que te han cambiado es el serrín en el que cagar.

Cuando no es Fromm el que manda, sino Ferreiro. La noche aprieta, los cigarros se quedan cortos y las decepciones se me arremolinan en las sábanas, que van cubriéndome poco a poco hasta ocultarme del todo. De todos. Especialmente de mi.

Miedo acecha. Y eso que me había sacudido la chaqueta enésimas veces, creí que para deshacerme de él, ahora veo que solo desempolvaba la armadura. Y aunque la redención me tocó antesdeayercomoquiendice no dejo de fabricar pecados nuevos.

Si tuviera las piernas más largas (o una piel que no reclama) ya estaría lejos, pero nunca conocí el desapego gratuito. Soy de las que solo se van cuando el doctor cita la hora de la muerte.

No hay trinchera que salve de uno mismo.